El reloj marcaba casi las 7:00
pm del lunes 13 de mayo, era una noche lluviosa en la Ciudad de México, el cielo nublado oscurecía la gran sala del Conservatorio
Nacional de Música ubicado en el norponiente de la ciudad; la atmosfera era
perfecta para el atrevido concierto: La voz en los siglos XX y XXI. En este
concierto Silvia L. Camacho, combinando el arte escénico y el sonoro, dejaría a
más de un espectador con la boca abierta.
Cuando asisto a un concierto de
música clásica, me gusta
–ocasionalmente- cerrar los ojos para centrarme sólo en la música. Hacer esto
me fue imposible en el concierto presentado por Silvia, en el que el equilibrio
y la fuerza generada por la fusión de su discurso escénico y sonoro, no permitían,
ni por un segundo, perder la atención del escenario.
El escenario estaba a media luz,
se podía ver una mesa, atriles, dos pianos y resaltaban dos zapatos de tacón
negros colocados en un extremo del escenario. Todos los asistentes estaban en
su asiento pero ¿dónde estaba Silvia? En ese momento, se levantó bruscamente
alguien del público y empezó a susurrar palabras incomprensibles mientras se
dirigía al escenario. Era Silvia
interpretando la Sequenza III de
Luciano Berio https://www.youtube.com/watch?v=E0TTd2roL6s
. Ataviada con un largo vestido rojo, su actuación y su voz se fusionaban dando
gran profundidad a su interpretación. La siguiente pieza que interpretó fue Ricitation 8 de George Arperghis https://www.youtube.com/watch?v=axZ-CMtmNOw,
una pieza de carácter lúdico que recibió grandes aplausos del público. Fue en
esta pieza cuando se puso los zapatos.
Las siguientes cuatro piezas que
se presentaron son de compositores mexicanos. Empezando con una obra temprana
de Juan Fernando Durán La imagen del
silencio. En esta obra, toda la sala quedo en tinieblas. Sólo se podía
seguir a Silvia, que recorrió la sala mientras interpretaba la pieza, por una
tenue lámpara que utilizaba para alumbrar su rostro dándole a la interpretación
un toque siniestro. Continuando el concierto, presenta la obra Colores del joven y talentoso compositor mexicano Aldo Lombera.
Esta obra une la idea de color y sonido, presentando cinco colores que se
corresponden con cinco sonoridades distintas. En esta obra, además de las
sonoridades propias de la pieza, Silvia agregó gestos sonoros de gran carga poética como los armónicos producidos
por un grito en las cuerdas de un piano, o el lento crujir del tallo de flores
muertas al ser partidos a la mitad.
Las siguientes dos obras fueron
todo un reto para Silvia Camacho por dos razones totalmente distintas. La primer
obra titulada Stultifera Navis, de
otro joven y talentoso compositor mexicano Mario C. Mendoza; no sólo tenía
cambios contrastantes de ritmos, y cambios rápidos entre voz hablada y canto,
sino que también hacía un uso constante de ritmos que la intérprete debía
producir con su cuerpo. En la siguiente obra Líbranos de la palabra del compositor David López Luna, fundador de
Proyecto a la mexicana; la sala quedo
nuevamente a oscuras, el sonido del roce entre el cerillo y la caja antecedió a
una tenue llama. Encendió dos velas y comenzó una obra que, hace 500 años,
hubiera hecho que la interprete, el compositor y todos los presentes fuésemos quemados
en la hoguera. Pues la obra consistía en la alteración de oraciones religiosas,
creando juegos de palabras y trabalenguas complicados que cambiaban totalmente el
sentido de estas oraciones. Durante esta pieza, Silvia agrega -como gesto sonoro- el fluir constante del agua producido por su
mano jugueteando en una bandeja con agua.
El concierto finaliza con la obra
Aria del compositor John Cage. Al
comienzo de esta obra Silvia explica como la forma de la composición (un
sistema basado en líneas y colores) da gran libertad creativa al intérprete que
sólo tiene la indicación de darle a cada uno de los diferentes colores
utilizados en la obra una sonoridad y un timbre distintos. Esta pieza es
representativa del movimiento contemporáneo: Indeterminismo Musical. Además
de las partes en las que se determina la línea melódica y el timbre, la pieza
tiene espacios de libre improvisación que Silvia utilizó para colocar todo el
escenario en orden, quedando de la misma
forma de cómo estaba al inicio del concierto.
Finalmente en la última parte de
la pieza, la cantante se quita los zapatos, los deja en el escenario y regresa
al lugar de donde salió en la primera obra. De ésta forma le daba un sentido
cíclico a todo el concierto. Pero yo les aseguro que nadie salió de esa sala
siendo el mismo que cuando entro.
Luis Enrique Rodríguez
Sánchez
México, D.F.
Mayo de 2014
México, D.F.
Mayo de 2014
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