miércoles, 9 de julio de 2014

ARIA DE JOHN CAGE O “NO SEAS CULÓN, INVÉNTATE LAS TUYAS (NOTACIONES MUSICALES)” En 4 Movimientos




III. Scherzo
(de la problemática de los nuevos compositores
en relación a la notación musical)

“¿Puedo ver tus partituras? Para ver cómo lo escribes tú”, preguntó inocentemente un alumno de composición de una de las escuelas del INBA al profesor a cargo del taller de Música de Cámara, dónde se exploran partituras no convencionales, al igual que formas de hacer música poco ortodoxas; “¡No seas culón, invéntate las tuyas! inventa tus propias formas de escribirlo. Si quieres ver mis partituras, ahí están, no se las escondo a nadie, pero te invito a que te las ingenies para escribir tu propia música”, fue la respuesta (también poco ortodoxa) del profesor.
Esto se puede interpretar de muchas maneras, sin embargo me di a la tarea de investigar de dónde rayos había salido esa respuesta, sobre todo porque para mi fue una especie de revelación, pues poco antes había comenzado a experimentar con escritura abierta, gráfica, que prácticamente yo me había inventado después de mucha reflexión sobre cómo escribir algo que fue resultado de una exploración técnica de mi instrumento, muy a pesar de mis maestros de composición, pragmáticos hasta el tuétano y que defienden con fervor una escritura “práctica”, de manera que cualquier persona nacida, alimentada, entrenada y desarrollada en el seno de la academia musical, de cualquier parte del mundo pueda leer tu partitura sin la mayor complicación, lo que también facilita su evaluación a simple vista, sin necesidad de sonarla, de esta forma, si es sometida a concurso, un jurado especializado puede calificarla para que no sean necesarios más que un par de ensayos para poder incluirla dentro de un programa como parte de algún festival o foro y que luego de eso muy probablemente sea olvidada por mucho tiempo. Para mi fue todo un reto comenzar a creer en una idea que parecía contraria a este modo de hacer música, sobre todo porque el “demonio modernista” constantemente me acosaba diciéndome que un compositor no puede dejar cosas abiertas, debe definir de la manera más precisa lo que quiere que se escuche, pero el problema en este caso era, que paradójicamente, el delimitar de la manera más precisa posible lo que quería que sonara a través de una escritura “tradicional”, no capturaba del todo las sutilezas del universo sonoro que había logrado crear explorando mi instrumento, además de que para lograr algunos resultados eran necesarias más que una serie de alturas y ritmos, una serie de instrucciones sobre como lograr una textura y para eso me las tenía que ingeniar para crear un sistema que fuera en cierta medida práctico, que no atentara contra el flujo musical que había creado ni contra el concepto que me estaba sirviendo de eje para construir este discurso sonoro, el cuál tenía mucha relación con los conceptos indeterministas introducidos a la música a partir de la segunda mitad del siglo XX, y considerados como “vanguardistas” en un sentido peyorativo, pues hay quienes consideran “la vanguardia” como un mero capricho de los compositores de la segunda mitad del siglo XX, como un simple experimento fallido y un callejón sin salida del que sólo pueden resultar obras estériles. En fin, cuento esta experiencia con el afán de que, a través de mi experiencia, el lector pueda entender lo que yo considero un problema para muchos compositores de mi generación, pues a veces es muy difícil establecer una diferencia entre lo que se escribe y lo que suena, es decir, no se es consciente de la abismal diferencia que existe entre la teoría y la práctica, y esto es debido en parte a la falta de contacto con la práctica musical por parte de los compositores más jóvenes, lo que implica que muchas veces las obras compuestas partan de “lo que se puede escribir” o de “lo que se puede hacer” en vez de centrarse en buscar la mejor manera de escribir lo que suena en su cabeza (si es que algo suena). A este respecto, cuándo consulté al profesor de la anécdota que abre este movimiento sobre la cuestión de “inventar” nuevas formas de notación musical, me dijo lo siguiente: “No, en realidad no estoy tan a favor de inventar tantas escrituras, pero depende mucho de lo que quieras escribir, claro. Si tu imaginación es más tradicional no veo porque inventarte cosas que ya tienen notación estandarizada. Lo que yo casi siempre quiero decir acerca de la notación, es que la notación por sí misma no es música. Y normalmente cuándo alguien tiene ya muchos años buscando es porque buscaba una música y no una notación. Muchas veces pareciera que lo que hay que encontrar es la notación en vez de la música, eso es una idiotez, evidentemente. Primero encuentra la música que quieres hacer y hazla, después averigua como notarla”.
Podemos decir entonces, que un nuevo sistema de notación es válido siempre y cuando sea resultado de la necesidad de notar una música que no se adapta a los estándares de su época, que fue lo que sucedió con mucha música de la segunda mitad del siglo XX, no es que esté justificando toda manifestación de escritura fuera de la escritura tradicional, pues el pensamiento  posmoderno también trajo con él muchos charlatanes del arte, muchos falsos profetas cuyo trabajo en verdad podemos decir que no fue más que un experimento fallido, una obra estéril. Sin embargo el cambio de paradigmas sociales, filosóficos y científicos que se dio en la época, propició nuevas formas de hacer música que no aceptaban una forma de escritura tradicional sin traicionar los conceptos de los que provenían. Conceptos como el del Relativismo de Einstein, la mecánica cuántica, el principio de incertidumbre de Heisenberg, la teoría del caos y los fractales, se ven reflejados en mucha de esta música, curioso que es como si los compositores los hubieran intuido y aplicado, pues no se sabe expresamente que hubieran estado en contacto con las teorías científicas nacidas en ese entonces, sin embargo, estos paradigmas transformaron la manera en la que se comprendía el mundo que es recíproco a la manera en la que se hace arte. Uno de los conceptos más arraigados por los compositores de la segunda mitad del siglo XX fue el del indeterminismo, que Cage aplicó de diversas formas en su música, irónicamente no fueron sus métodos los más aceptados en el gremio, sin embargo, su obra nos ha dado un objeto de estudio bastante extenso, y es una obra de este compositor la que nos atañe en el siguiente apartado.



IV. Presto
(Aria de John Cage)

El Aria de John Cage para voz de cualquier rango fue compuesta en 1958 para Cathy Berberian, por esa misma época Cage estaba experimentando con el indeterminismo en obras como el Fontana Mix y el Concierto para Piano, obras con las cuáles se puede combinar la interpretación del Aria, las partituras de estas 3 obras son muy distintas a pesar de que el procedimiento usado fue muy similar. En su búsqueda de la disolución de la voluntad del compositor (y también del intérprete en muchas ocasiones), en pro de un resultado sonoro completamente indeterminista, Cage utilizó el I ching y algunos otros procesos aleatorios para crear sus partituras, que muchas veces consistían en una serie de eventos a ejecutarse en el tiempo. En el caso del Aria, la partitura consiste en 20 hojas con representaciones gráficas de las alturas sugeridas de manera aproximada, en el plano vertical se representa la altura y en el horizontal la temporalidad, Cage sugiere que cada hoja sea interpretada en 30 segundos aproximadamente, aunque se puede realizar en más o menos tiempo, de manera que la ejecución de la partitura completa tome 10 minutos aproximadamente, aunque también existe la opción de que sea ejecutada sólo en parte. Cada línea tiene un color de 10 diferentes, que deben corresponderse con 10 maneras distintas de ejecución vocal, es decir 10 timbres distintos, en la partitura vienen indicados para ejemplificar las 10 técnicas que Cathy Berberian utilizó en su interpretación, que son: Azul marino= Jazz, rojo= Contralto (Contralto lírica), negro con líneas punteadas paralelas= hablado-cantado, negro= Dramático, púrpura= Marlene Dietrich (cantante y actriz alemana famosa a partir de los años 20), amarillo= Coloratura (coloratura lírica), verde= Folk, naranja= Oriental, azul claro= bebé, café= Nasal. Además de eso, la partitura incluye recuadros negros que pueden interpretarse como cualquier “ruido”, por ejemplo, uso no musical de la voz, percusión auxiliar o aparatos mecánicos o electrónicos, los usados por Berberian vienen indicados en la partitura y son: Tsk-tsk, pisotón, canto de pájaro, tronar los dedos, aplauso, ladrido, inhalación dolorosa, exhalación de paz, ulular con desdén, chasqueo con la lengua, exclamación de disgusto, exclamación de ira, grito, expresión de disgusto insinuando a un indio americano, risa y expresión de placer sexual. Junto con cada línea se incluyen textos con vocales, consonantes y palabras en 5 idiomas distintos:  Armenio, Ruso, Italiano, Francés e Inglés, los aspectos interpretativos (como dinámicas, etc.) que no vienen indicados en la partitura, pueden ser determinados libremente por el cantante.
Como podemos ver, el indeterminismo está presente por todos lados en esta obra, lo primero que se hace evidente en el título es que no está determinada el tipo de voz que debe de interpretarla, es decir, puede ser voz masculina o femenina de cualquier rango, tampoco se especifica el número de interpretes, y si bien fue dedicada a Cathy Berberian y casi siempre es interpretada por una sola voz femenina, también existen versiones con voz masculina e inclusive encontré una interpretación muy buena de Thearte of voices, con intervención electónica de Shabada Owens y dirigida por Paul Miller (https://www.youtube.com/watch?v=22JLbdkJSkU). El Aria quizá no sea una de las obras más indeterministas de Cage, inclusive podríamos decir que es una de las más controladas dentro de sus obras basadas en procesos indeterministas, pues se establecen relaciones entre los colores empleados a lo largo de la partitura y una técnica vocal determinada, que en este caso se deja a elección del intérprete, contario a otras obras dónde la voluntad del intérprete así como su gusto y memoria deben ser prácticamente suprimidas de tal manera que el resultado sonoro corresponda al diealizado por Cage como indeterminista. Otro aspecto que podríamos considerar determinista en cierta medida es la cuestión de las alturas, que quizá no estén descritas con exactitud mediante un pentagrama, pero que están sugeridas con líneas rugosas (casi todas), que siempre tendrán el mismo patrón, por lo que las interpretaciones pueden no variar demasiado en ese aspecto así como en el de la temporalidad, además de sucederse siempre en el mismo orden. Y quizá deberíamos preguntarnos ¿por qué Cage escogió este tipo de notación para esta partitura en específico, cuándo al mismo tiempo trabajaba con métodos mucho más indeterministas en obras distintas? Pues bien, no logré encontrar suficiente información al respecto para poder esclarecer ese asunto, sin embargo tengo una hipótesis que se puede resumir en términos de practicidad. ¿Qué quiere decir esto? Primero, hay que tomar en cuenta que esta obra está dedicada a Cathy Berberian y aparentemente el material usado para esta obra es el mismo utilizado en obras en las que el intérprete tiene que armar su propia partitura, mediante el uso del I Ching y una suerte de rejillas y transparencias, sin embargo, Cage de cierta forma hizo este procedimiento por Cathy para que ella simplemente pudiera leer el resultado, que fungiría más que como partitura, como mapa, podemos decir, como recurso mnemotécnico, de manera que las líneas curveadas que aparecen, sirvieran para evocar un gesto específico que Berberian habría establecido con una primera lectura, pero que le servirían para representaciones posteriores, lo cuál nos recuerda un poco a la notación neumática, usada por primera vez en occidente hace ya un milenio. Las características de ambas notaciones son similares, pues en ambos casos se trata de líneas que simplemente sugieren las aturas, en que caso la melodía debe de subir o bajar; ambas prescinden de un tempo, no se diga de un compás; y ambas corresponden a música vocal con un texto determinado. Quizá para algunos, esta comparación parezca un poco burda o forzada, los invito a que juzguen ustedes mismos, les dejo un par de imágenes para que puedan establecer su propia comparación, y si bien el resultado sonoro del canto gregoriano y del Aria de Cage es muy distinto, lo que tienen en común es que ambas notaciones surgieron de una necesidad, corresponden a un tipo de música que escrita de otra manera sería difícil de reproducir y los invito también a que antes de descalificar nuevos tipos de notación por ser poco ortodoxos averigüen por qué son así y si escriben música no dejen de experimentar con la notación, pero tampoco dejen completamente de lado la notación tradicional cuando es requerida, hay que ser conscientes de que la notación es un simple medio de comunicación entre el compositor y el intérprete, que es una representación gráfica de un universo sonoro que sólo vive en un estado perfecto en la mente del compositor, que es una traducción de ese universo sonoro y que como toda traducción, pierde un poco del contenido original, ninguna partitura está escrita tal cuál un compositor quiere que suene, y eso se los puedo decir con la misma seguridad que les puedo afirmar que ningún mensaje transmitido por ninguna persona será entendido al cien porciento, pues la palabra pertenece la mitad a quién la dice y la mitad a quién la escucha, y si bien la música no es palabra, es un lenguaje y como tal nunca estará completo. “La notación por sí misma no es música […] Primero encuentra la música que quieres hacer y hazla, después averigua como notarla”.

Emmanuel Uribe
Oaxaca, México
Junio del 2014

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